Las puertas de la percepción que William Blake describió en sus poemas, las que más de un siglo después trató de abrir de par en par Jim Morrison para encontrar el otro lado, las mismas puertas que a lo largo del tiempo han perseguido de infinitas maneras millones de personas, están ubicadas en pleno corazón de México. Durante casi todo el siglo XX, una mujer llamada María Sabina fue la guardiana de estas puertas sagradas. La chamán mazateca pudo custodiar el secreto de los niños santos -así le llamaba a los hongos alucinógenos desde niña, cuando los probó por primera vez, empujada por el hambre- hasta que los extranjeros llegaron a su aldea, Huautal de Jiménez. Después, las puertas de la percepción se cerraron. Los niños santos dejaron de cantar.
“Aquí hay leones”
Antes de que el rincón de Oaxaca donde nació María Sabina en 1894 se convirtiese en el jardín de las delicias de los hippies y en la tierra prometida de los primeros hijos del rock and roll, los mazatecas eran apenas un nombre en los libros de Historia. Habían atravesado los siglos con los pies descalzos, sin hacer ruido, sobreviviendo -primero- al traumático descubrimiento de América, y a partir de entonces al rodillo implacable de la vida moderna. Cuando llegaron los primeros extranjeros a la choza de la sacerdotisa, en 1955, las tierras mazatecas aún aparecían en los mapas bajo la leyenda, en latín, “Aquí hay leones”. Aunque en décadas anteriores se había especulado sobre la pervivencia en México de ritos vinculados a los hongos alucinógenos, nadie había logrado encontrarlos hasta que llegó el inglés Gordon Wasson. Este ocioso banquero -que ya había fracasado dos años antes en otra búsqueda- y el fotógrafo Allan Richardson tuvieron el valor de adentrarse de nuevo en territorio de los niños santos. Esta vez fue sencillo. Una pregunta bastó para que el administrador de Huautal de Jiménez les guiase hasta ellos.
– ¿Me ayudaría a conocer los secretos de los ni xi tho? -preguntó el inglés, refiriéndose a “los pequeños que brotan”.
– Te ayudaré. Te presentaré a una verdadera sabia. -contestó el mazateco.
La noche del 29 de junio, en una ceremonia cantada por María Sabina, Wasson se convirtió en el primer no indígena en probar lo que en la lengua náhuatl se denomina teonancatl, “carne de Dios”. Lo que sucedió allí, en mitad de la nada, dentro de una miserable cabaña plagada de imágenes de santos, no tardaría en saberse en todo el mundo.
Los extranjeros
Existen crónicas amables del siglo XV que dan fe de los cultos relacionados con los hongos de Oaxaca, pero lo cierto es que esta costumbre ancestral fue prohibida por los conquistadores españoles, y para perpetuarse tuvo que mantenerse en secreto. La noticia de que en México vivía una mujer que ofrecía viajes al más allá corrió como la pólvora a finales de los años 50. El detonante fue un artículo de Wasson en la revista Life. Se había quedado tan impresionado por la experiencia que no pudo resistirse a contarla, aunque le había prometido a María Sabina lo contrario. “Desde que los extranjeros llegaron a buscar a Dios, los niños santos perdieron su pureza”, diría la chamán años más tarde.
“Vinieron jóvenes de largas cabelleras. Vestían camisas de variados colores y usaban collares. Para mí era difícil explicarles que las veladas no se hacen con el simple afán de encontrar a Dios, sino con el propósito único de curar las enfermedades que padece nuestra gente”.
En el amanecer de los 60, Huautal de Jiménez ya se había convertido en el lugar de peregrinación favorito de las entusiastas generaciones new age. Jóvenes ansiosos de nuevas experiencias llegaron a las tierras mazatecas. Inundaron Oaxaca hordas de periodistas, científicos. artistas y turistas, y en los medios de comunicación se empezó a difundir que estrellas como John Lennon Jim Morrison y Bob Dylan habían conocido a María Sabina. Nunca han aparecido fotos que acrediten estas visitas, pero avivadas por este tipo de leyendas urbanas marabuntas de jóvenes siguieron peregrinando a la región. Oaxaca era una fiesta, pero la fiesta se convirtió en un caos. Los extranjeros dejaron de respetar las reglas: comían hongos a todas horas, cuando debían reservarse a la noche. Los mezclaban también con otras drogas, y ya ni siquiera precisaban la ayuda de chamanes para viajar al otro lado. Lo que para el pueblo mazateca había sido una tradición sagrada desde tiempos inmemoriales, se transformó en una alucinada Sodoma a la que tuvo que poner fin el ejército mexicano.
‘Psilocibina’ y ‘psilocina’
En 1956, mucho antes de que la imagen de Sabina comenzase a estamparse en camisetas que se vendían al lado de las del Ché Guevara, Wasson había regresado a Huautal de Jiménez acompañado por el micólogo francés Roger Heim y un científico de la CIA, James Moore. Este último intentó aislar los componentes psicoactivos de los hongos alucinógenos, pero no tuvo éxito. Entonces entró en escena la farmacéutica Sandoz. Se le encargó el trabajo donde había fracasado anteriormente Moore, y la corporación decidió enviarle una muestra de los hongos de Oaxaca a Albert Hoffman, el creador del LSD. En 1958, el científico ya había logrado aislar sus principios activos. Los niños santos se transformaron, de repente, en las hermanas psilocibina y psilocina. Mientras Sandoz comenzaba a venderlas con el nombre de Indocybin -un medicamento que se aplicó ampliamente en psiquiatría- María Sabina siguió viviendo, pobre y feliz, en tierras mazatecas: “Yo no soy curandera porque no uso huevos para curar ni doy aguas para tomar. Ni soy hechicera porque no hago la maldad. Mi sabiduría viene del lugar donde nace la arena. Yo curo con lenguaje, nada más. Soy sabia, nada más”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) prohibió la psilocibina y la psilocina en 1971. María Sabina, que desde la noche del 22 de junio de 1955 no había tenido un solo día tranquilo, murió el 22 de noviembre de 1985 a los 91 años.
– ¿Cómo es ese nuevo idioma? -le preguntó el biógrafo de la sabia a un chamán mazateco muchos años después, mientras seguía el rastro de los niños santos
– Ahora los hongos hablan nguilé (inglés) Es la lengua que hablan los extranjeros -respondió el anciano.