La de Josefa Herrada (Gádor, Almería, 1936) es una de esas vidas que nunca se cuentan. Forma parte de esa colmena nacional de millones de historias de españoles anónimos que conocieron, en el siglo pasado, una pobreza que sonrojaría a los jóvenes herededos de la crisis financiera global. Empezó a trabajar tan pronto que ni siquiera se acuerda. En el campo, un sector tan boyante que a veces no daba para echarse a la boca más que un puñado de naranjas podridas. En un tiempo donde los niños, como le ocurrió a su hermana, morían en casa por falta de asistencia. Y no iban a la escuela.
Aquello es su pasado. El presente es mejor, y su último capítulo está relacionado con las nuevas tecnologías. Desde que Josefa empezó a ver en televisión ordenadores donde “la gente escribía en las pantallas”, quiso aprender a hacerlo. “Yo veía en la tele a personas que publicaban sus memorias y pensaba que ojalá algún día yo pudiese verme escribiendo las mías en un ordenador. Esa idea me volvía loca”, cuenta a Teknautas Fica, como le llaman en Gádor, un pueblo de poco más de 3.000 habitantes a pocos kilómetros de Almería.
Así nació su sueño, en la tele, pero el obstáculo principal era que no sabía leer ni escribir. En 2006, decidió remediarlo y se apuntó en una escuela de adultos, donde pronto aprendió a dominar las reglas del lenguaje. “Con el tiempo, las maestras me hacían dictados y ya no cometía faltas. Y me ponían cuentas cada vez más difíciles, divisiones con varias cifras, y las sabía hacer”.
El telecentro de la esquina
El día que cambió su vida para siempre regresaba a su casa de la escuela cuando se encontró, de repente, con un establecimiento nuevo. Dentro, vio los mismos ordenadores que había visto en la tele. “Y como soy muy preguntona, entré a preguntarle a un muchacho qué era aquello. Me dijo que era un centro público y que podía apuntarme, y me apunté. Pensé que Dios había puesto aquel sitio en mi camino”.
Aquel muchacho era Pepe Higueras, coordinador de Guadalinfo, un telecentro para dar acceso a internet a las personas en situación de exclusión social. “Empezamos por lo básico, a manejar el ratón y el teclado, aunque ella pronto se interesó por el Open Office. Tenía muchas ganas de aprender, yo no he visto nada semejante en mi vida. Es un ejemplo para todos. Estaba obsesionada con la idea de escribir sus memorias. Venía todos los días, más de cinco horas”, cuenta a Teknautas Pepe Higueras.
Josefa llegaba a primera hora con un cuaderno donde había apuntado sus ideas la noche anterior, que inmediatamente empezaba a volcar en un documento de texto. A mediodía, cuando el centro cerraba, Josefa se iba a casa, pero a primera hora de la tarde regresaba para seguir escribiendo hasta el final de la jornada. “Al final aprendió a escribir con las dos manos. Y ni siquiera miraba el teclado, sólo la pantalla”, recuerda el coordinador de Guadalinfo.
Las memorias de una vida
“La primera vez que vi el ratón me asusté, porque se me escapaba. Pero los ordenadores me volvían loca, me encantaban. Entre el tiempo que pasaba en la escuela y con los ordenadores, mi marido me decía: ‘¿Hoy qué comemos, Josefa?’ Es que no paraba en casa”, bromea la andaluza, que con el tiempo también empezó a entrar en internet, aunque la web nunca le interesó. Todo lo contrario que el correo electrónico, una herramienta que le impresionó: se abrió una cuenta de Gmail y empezó a intercambiar emails con su primo de Brasil, también adjuntando fotografías.
Aunque lo importante eran las memorias. “He ido escribiendo sobre todo lo que me acordaba de mi vida. Todos los días un poquito. De cuando mi padre iba en ayunas al monte y sabía la hora por los astros. Y volvía por la noche con un kilo de harina que comíamos sin aceite. De cuando trabajábamos en las naranjas, o en las uvas, hasta las doce de la noche; y de cómo nos alegrábamos cuando desayunábamos arenques. Siempre hemos sido trabajadores, muchas veces no comíamos, y la única luz que teníamos era un candil. He escrito de todo, también poesías que se me venían a la cabeza. Si hubiese tenido las herramientas que hay ahora hubiera sido escritora”, bromea.
Josefa terminó el libro en 2010, con la ayuda de su editor particular: el coordinador del telecentro. Desde entonces, el documento gestado en Guadalinfo permaneció guardado en un pendrive. Eso no le gustaba: no era un libro de verdad. Entonces volvió a encontrarse delante de la tele, donde continuamente aparecían personas que presentaban libros que a Josefa le hacían pensar, amargamente, en el suyo. Además, en el camino, falleció su marido. A partir de ese día, Josefa no volvió al telecentro. Perdió la ilusión por los ordenadores, por sus memorias y se dejó llevar.
Hasta el pasado sábado, cuando volvió a ser la mujer más feliz del mundo. “Me llevaron engañada como una tonta diciéndome que íbamos a ver una actuación de mi nieta, en el instituto. Y de repente me vi sentada al lado del alcalde, entonces empezaron a hablar de mi libro y cuando lo vi me eché a llorar”. Sus dos hijos, Pepa y Manuel, habían editado para ella, por su cuenta, una pequeña edición titulada Fica: la historia de una vida de superación. Con su sueño cumplido, ha recuperado las ganas de sentarse de nuevo frente al ordenador para seguir contando la historia de su vida. “Escribí para que mi familia supiera lo que era su madre”.