Reciben el nombre de tierras raras, pero los diecisiete elementos de la tabla periódica que forman parte de este grupo no son ninguna de las dos cosas. Técnicamente son metales de transición, aunque desde que empezaron a descubrirse a finales del siglo XVIII -el último fue el prometio, en 1945- han arrastrado la antigua denominación en inglés para los óxidos: earths. Sus descubridores jamás pensaron que pudieran servir para algo. Sin embargo, hoy son parte esencial del desarrollo tecnológico del planeta.
Tampoco son extraños, y ni siquiera escasos. Están en todas partes, asociados en pequeñas proporciones a otros minerales. Su singularidad, lo que ha convertido a estos elementos en protagonistas de una silenciosa guerra mundial por su control, es la dificultad de encontrar yacimientos con una alta concentración y pureza.
China es la excepción que confirma la regla, aunque están surgiendo nuevos actores que amenazan, de momento tímidamente, su monopolio. “El desarrollo del sector en China se debe a muchos factores, tanto geológicos, de existencia de depósitos, como a su diversidad”, explica a Teknautas Jesús Martínez-Frías, experto en geología planetaria del Instituto de Geociencias (IGEO).
Gracias a estos metales podemos disfrutar de electrodomésticos y dispositivos más pequeños. Sin ellos, nuestros móviles no tendrían luz ni sonido; y un coche incorpora aproximadamente 11 kilos de tierras raras. Incluso están dentro de los billetes de euro
Antes de la revolución de la electrónica que arrancó en el último cuarto del siglo XX, a nadie le importó que el gigante asiático fuese rico en tierras raras. Sin embargo, desde que las aplicaciones de estos metales se hicieron efectivas se ha convertido en un asunto de vital importancia para el resto de potencias económicas. Esta dependencia les sitúa en una posición de inferioridad frente a China, que en la actualidad produce el 80% de los metales raros del planeta. Hace apenas cuatro años, rozaba una cuota del 97%.
Los ejemplos son innumerables, pero las tierras raras están presentes en las pantallas de todos los dispositivos móviles, en los cables de fibra óptica y en los discos duros de los ordenadores. Además de su importancia para la industria militar, también son necesarias para la fabricación de células solares, sistemas de iluminación LED, máquinas de rayos X y baterías para automóviles híbridos.
“Gracias a estos metales podemos disfrutar de electrodomésticos y dispositivos más pequeños. Sin ellos, nuestros móviles no tendrían luz ni sonido; y un coche incorpora aproximadamente once kilos de tierras raras. Incluso están dentro de los billetes de euros”, apunta Ricargo Prego, investigador del CSIC y experto en el estudio de este tipo de metales desde los 80.
¿Monopolio o guerra sucia?
Hubo un tiempo en que Estados Unidos llegó a acumular el 60% de la producción mundial gracias a sus minas de tierras raras en el desierto de Mojave, en California. Ahora, han retomado su producción, pero sus principales yacimientos cerraron en 2002. Por dos razones: los problemas medioambientales derivados de su extracción y la emergente competencia china.
“Durante años China hizo un juego muy sutil, que consistió en bajar los precios para forzar el cierre de los yacimientos de la competencia para después poder comprarlos, hacerse con el monopolio y controlar los precios”, añade Prego.
China ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001. Desde entonces, se ha visto obligada a aceptar las reglas del juego del comercio internacional. La primera vez que se las saltó fue en 2010. Decidió reducir sus exportaciones drásticamente, en un 72%, poniendo en jaque la industria tecnológica global y alzando los precios hasta niveles sin precedentes. Crearon una burbuja.
En 2012, Barack Obama salió a la plaza pública para denunciar las tácticas de China. “No se pueden eludir las reglas. Es demasiado importante para nosotros como para quedarnos con los brazos cruzados”, afirmó. Estados Unidos, con el apoyo de Japón y la Unión Europea, presentó entonces una denuncia ante la OMC. Mientras tanto, China aludió a circunstancias de orden interno para explicar la drástica medida: los problemas medioambientales y la lucha contra los yacimientos piratas.
“El resultado de aquella medida fue una subida vertical en el precio de sus 17 integrantes; con ella, la puesta en funcionamiento de nuevas explotaciones a lo largo y ancho de la geografía mundial […] El tiro por la culata. De hecho, la situación actual es de sobreoferta, lo que ha provocado una caída media en el coste de aprovisionamiento de estas materias primas del 60% en apenas tres años, una vez concluido el pánico inicial”, explicaba S. McCoy en su Valor Añadido del pasado 17 de enero.
Alternativas a las ‘tierras raras’
En este corto pero intenso camino, donde se ha pasado de la hecatombe a la calma chicha, la crisis financiera global ha generado una caída de la demanda de tierras raras. También ha aumentado el reciclaje y las empresas se han apretado el cinturón. Además, han invertido en I+D para hallar materiales alternativos. Sobre todo en el sector de la automoción, donde empresas como Tesla Motors, una de las firmas de moda, ha desarrollado un tipo de motor de inducción que prescinde de las tierras raras, aunque es mucho más voluminoso y pesado. Otras marcas han seguido el mismo camino.
En 2013, la Academia Nacional de Ciencias de EEUU publicó un estudio donde analizaba los 62 elementos químicos más utilizados por la industria tecnológica. Llegaron a la conclusión de que para al menos diez no existen reemplazos o todavía no se conocen. Entre ellos, se encuentan varias tierras raras, como se observa en esta infografía.
En la misma línea, todas las potencias del mundo se han puesto manos a la obra para explotar yacimientos propios. Los estudios de viabilidad se suceden a lo largo y ancho del globo. Groenlandia aparece ahora como el nuevo Dorado de los metales raros. Incluso se han encontrado en Corea del Norte evidencias de un yacimiento relevante. Sin embargo, China sigue contando con dos ventajas. La primera se la debe a la propia naturaleza: la pureza de sus yacimientos es muy alta, y en consecuencia la extracción más barata. La segunda tiene que ver con la laxitud de sus leyes medioambientales y laborales.
Es muy importante tener en cuenta cómo se llevan a cabo las condiciones de explotación en China, las del propio mercado y las regulaciones, incluyendo los aspectos propiamente geoéticos, que en China son, en general, más laxos que los de otros países
“Es muy importante tener en cuenta cómo se llevan a cabo las condiciones de explotación en China, las del propio mercado y las regulaciones, incluyendo los aspectos propiamente geoéticos, que en China son, en general, más laxos que los de otros países”, apunta el geólogo Jesús Martínez-Frías. En España, por ejemplo, las protestas ecologistas forzaron a la Xunta de Galicia a bloquear el proyecto que pretendía explotar un rico yacimiento de tierras raras en la sierra del Galiñeiro.
Vuelta a las andadas
En 2014, China ha vuelto a las andadas, aunque con más prudencia. En el primer trimestre de este año reducirá las exportaciones en un 2,5 por ciento, autorizando a los productores nacionales a exportar 15.110 toneladas en los seis primeros meses del año. “Pero tanto EEUU como Europa han previsto los problemas desde la última crisis. A pesar de los controles a la exportación de China, han trabajado en estrategias para que no llegue un momento en que se impida el desarrollo tecnológico”, explica a Teknautas el químico e investigador Antonio Cobelo.
Martínez-Frías también es optimista: “La escasez de tierras raras no supondría, en mi opinión, una crisis internacional global, pero sí obligaría a un cambio fuerte en determinadas aplicaciones de las tierras raras; y que las investigaciones se dirigieran hacia sectores distintos, tal vez más de mineralogía aplicada y mineralogénesis sintética de algunos materiales importantes para las altas tecnologías, instrumentación muy sofisticada, investigación espacial, etcétera”.
Teniendo en cuenta que ninguna nación del mundo posee reservas suficientes de todos los minerales necesarios para el desarrollo de su industria tecnológica, parece que el planeta está felizmente condenado a la coexistencia pacífica. El hecho de que Apple, la marca más valiosa del mundo, fabrique sus productos en China, no sólo tiene que ver con la mano de obra barata que encuentra en el gigante asiático. También es una consecuencia directa de que allí están las tierras raras que necesita para que el planeta siga consumiento iPads y iPhones a precios competitivos.