No hay ninguna certeza de que saldrá mañana. Cuando negó el sol, David Hume formuló la expresión más radical del empirismo. El escocés, obsesionado con fiar todo el conocimiento humano a los cinco sentidos, quiso demostrar que sólo la costumbre, la repetición de los hechos, nos invita a dar por buenos aquéllos de los que no existe una noción inmediata. Aunque desde la lógica pura su pensamiento tenía sentido, el principio de causalidad fue pronto racionalizado por Kant, aún de forma intuitiva, cuando lo transformó en categoría. Con el tiempo, la física terminó por instaurarlo como un concepto firme de la realidad.
La ley de Moore, formulada por el cofundador de Intel, Gordon Moore, en 1965, es otra regla empírica desmontada por la física, en este caso cuántica. Según su primera versión, publicada en la revista Electronics, cada doce meses la cantidad de transistores (un dispositivo electrónico semiconductor, como el silicio) en un circuito integrado (chip) se duplica. Diez años después, Moore aumentó ese plazo hasta los dieciocho meses.
¿Hasta cuándo podrán los fabricantes comercializar, en plazos cada vez más cortos, dispositivos cada vez más más potentes?
Durante casi medio siglo, esta ley ha dominado el devenir de la industria tecnológica, sentando las bases de una obsolescencia programada -regla básica del consumo tecnológico- que, por otra parte, nunca ha estado mal vista por los usuarios. Precisamente, porque al mismo tiempo que los precios de los dispositivos descienden, sus prestaciones se multiplican, progreso del que nos beneficiamos disfrutando de máquinas cada vez con mayor poder computacional.
Los smartphones de hoy son una prueba de esta evolución tan rentable para los fabricantes. ¿Hasta cuándo podrán comercializar, en plazos cada vez más cortos, dispositivos cada vez más más potentes? Si no aparece una alternativa tecnológica para hacer frente al colapso de la ley de Moore, el paradigma de innovación (y rentabilidad) que ha llevado a Silicon Valley a dominar el mundo se desintegrará.
La barrera de los 18 nanómetros
El cumplimiento de la ecuación de Moore ha sido posible hasta la fecha gracias a la reducción constante del tamaño y el precio de los chips, unido al aumento de su potencia de cálculo. Sin embargo, los límites de la física están comenzando a imponerse sobre los pronósticos de Moore.
Pero la industria no está en disposición de seguir ese ritmo mucho más tiempo. Algunos expertos, como Len Jelinek, especialista en semiconductores, ya habían fijado el año 2014 como la fecha límite: “Las empresas no podrán fabricar microprocesadores inferiores a los 18 nanómetros”. Se equivocaba. Según las últimas noticias, se podrá superar esa barrera.
Actualmente, el iPhone 5S incorpora chips (A7) de 28 nanómetros -igual que el nuevo Nexus 5 y el Samsung S4-, pero ya se ha anunciado que la próxima generación (A8) reducirá el tamaño hasta los 20 nanómetros. Además, según el acuerdo firmado este verano con Samsung, la surcoreana será a partir de 2015 su proveedor de chips A9, que en este caso serán de 14 nanómetros. También está previsto que los chips del próximo Samsung S5 sean de 14 nanómetros.
Actualmente, el iPhone 5S incorpora chips (A7) de 28 nanómetros -igual que el nuevo Nexus 5 y el Samsung S4-, pero ya se ha anunciado que la próxima generación (A8) reducirá el tamaño hasta los 20 nanómetros
En lo que se refiere a Intel, la compañía presentó este mismo año la serie Haswell, que sucederá a la todopoderosa arquitectura Ivy Bridge. Haswell fabricará el semiconductor con una tecnología de 22 nanómetros, una cota de miniaturización que aún no han alcanzado sus competidores Qualcomm y AMD, compañía que ya ha anunciado su incapacidad para bajar de esa cifra. Ambas siguen produciendo en 28 nanómetros, lo que en cristiano se traduce en una menor velocidad y un mayor consumo energético para sus chips, parámetro que se mide con una regla similar a la de Moore, la ley de Koomey: la eficiciencia de los chips se duplica también cada año y medio.
La edad del silicio
No es casualidad que Silicon Valley lleve el nombre del semiconductor por excelencia: el silicio, material sobre el que se han fundado los pilares de la industria informática. Quizás las multinacionales estén retrasando a propósito la adopción de una alternativa para seguir aprovechando hasta el final la burbuja de la ley de Moore, pero ni siquiera la solvente candidatura de nanomateriales como el grafeno ha logrado jubilar al silicio. De lo contrario, si no existe un plan B, la crisis del sector está servida.
“Se han hecho muchas propuestas para sustituir el silicio, como ordenadores cuánticos, ordenadores de ADN, ordenadores ópticos, ordenadores de puntos cuánticos, ordenadores de proteínas, ordenadores moleculares. Sin embargo, ninguno de estos ordenadores está listo todavía. En los próximos diez o quince años la ley de Moore se ralentizará, o incluso llegará a hundirse, por dos razones: el calor y las filtraciones cuánticas. Los chips estarán tan calientes que se fundirán, o los transistores serán tan pequeños que se filtrarán los cables”, explicó en una de sus últimas visitas a España el físico teórico Michio Kaku, uno de los científicos más críticos con la ley de Moore.
Al final, incluso Silicon Valley quedará obsoleto, al igual que las viejas fábricas de acero de Pennsylvania. Pero cuando acabe la edad del silicio, quizás otra ciudad o región se convertirá en el centro de una nueva revolución de un billón de dólares
“Al final, incluso Silicon Valley quedará obsoleto, al igual que las viejas fábricas de acero de Pennsylvania. Pero cuando acabe la edad del silicio, quizás otra ciudad o región se convertirá en el centro de una nueva revolución de un billón de dólares si sabe explotar el verdadero sucesor del silicio. La oportunidad es para quien la quiera”, agregó.
Mientras tanto, las empresas del valle permanecen tranquilas. Según el propio Gordon Moore, aún les quedan diez años antes de que su regla se agote. La salida del sol que negó Hume estaba basada en leyes naturales, pero el astro de Moore no es más, como dijo el ingeniero Seth LLoyd, que una “ley del ingenio humano”.